martes, 9 de julio de 2019

El ballenero Essex, la embarcación que llevaba en sus entrañas a un temible polizón: la extinción.



En octubre de 1820, el ballenero Essex, el mismo que luego sería tomado como objeto de literaturización por Herman Melville, había llegado a las islas Galápagos para hacer un arreglo en la embarcación, luego de haberse descubierto una gran cantidad de ballenas por la zona. La ficcionalización, como todo discurso, se preocupó por narrar desde un enfoque. Este, incluso, hasta las películas lo explotarían hasta el hartazgo,   consistió en explorar el drama del hundimiento del Essex debido al ataque de un chacalote. Pero, observemos desde otro enfoque aquella travesía, que hasta tiene un libro de memorias escrito por uno de sus supervivientes, Thomas Nickerson.

Gracias al relato de Nickerson, nos enteramos que en solo 4 días la tripulación cazó a 180 tortugas; luego en otra de las islas, la Floreana, donde la cacería se hizo más exhaustiva a raíz de la escasez de tortugas (esta diferencia entre islas tan cercanas daría lugar a Darwin material suficiente para su teoría evolutiva) , se lograron de todas formas alcanzar la captura de otras 100. Tres días después, uno de sus tripulantes, un tal Thomas Chappel inició un fuego que nunca más pudo apagar. El incendio se extendió por toda la isla, consumiendo todo a su paso. Si bien Darwin luego de varios años (1835) encontró en esa misma isla Floreana a unas cuantas tortugas, la historia  demostraría que aquel desembarco del Essex había sentenciado a la extinción a la especie de tortugas Galápago. La depredación y la transformación acelerada de los ecosistemas habían comenzado  de manera inusitada el proceso de extinción, proceso que culminaría con  Solitario George, la famosa tortuga Galápagos que en 2012 confirmaría el proceso iniciado ya 192 años antes, su desaparición como especie. Es decir, las intensas e inauditas presiones ecológicas ya habían cercado para siempre toda posibilidad de adaptación de las tortugas Galápagos, solo era cuestión de tiempo y de lenta y dolorosa agonía.

Es paradójico que aquellas aventureras tortugas que eran incapaces de nadar, hayan llegado por el azar flotando, asumiendo estoicamente y de manera inteligente su tarea evolutiva, poblar y adaptarse a un rincón indómito como aquellas tierras volcánicas, y que trágicamente hayan sido exterminadas por otros animales que tampoco sabían nadar hasta allí y que llegaron también flotando pero que no poblaron ni se adaptaron a nada, sino que consumieron casi todo.

El Essex histórico y el ficcional sucumbieron en sus respectivos relatos; pero una historia más justa con los acontecimientos debe dar cuenta que aquel navío sigue zarpando todos los días hasta la fecha  y con mejores y entrenados tripulantes, algunos conscientes de su accionar y otros en su mayoría no tanto. La única diferencia es que nadie sabe dónde está, porque está en todos lados, y que su poder de exterminio no se compara en nada al de antaño;  su peligro es hasta digno de una obra de la mitología griega, está poniendo nada menos en peligro de extinción a más de la mitad de especies en el planeta.

Todos somos marineros del Essex y algunos creen que nuestro principal desafío es matar al Chacalote, cuando en realidad hay que hundir con nuestras propias manos esa maldita embarcación.  Esa es la verdad de este nuevo enfoque. Ahí radica la cuestión de nuestros tiempos: Abandonarlo con urgencia, lo cual implica inevitablemente abandonar la conquista por la supremacía sobre la biosfera.

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