En octubre de 1820, el
ballenero Essex, el mismo que luego sería tomado como objeto de literaturización
por Herman Melville, había llegado a las islas Galápagos para hacer un arreglo
en la embarcación, luego de haberse descubierto una gran cantidad de ballenas
por la zona. La ficcionalización, como todo discurso, se preocupó por narrar
desde un enfoque. Este, incluso, hasta las películas lo explotarían hasta el
hartazgo, consistió en explorar el
drama del hundimiento del Essex debido al ataque de un chacalote. Pero,
observemos desde otro enfoque aquella travesía, que hasta tiene un libro de
memorias escrito por uno de sus supervivientes, Thomas Nickerson.
Gracias al relato de
Nickerson, nos enteramos que en solo 4 días la tripulación cazó a 180 tortugas;
luego en otra de las islas, la Floreana, donde la cacería se hizo más
exhaustiva a raíz de la escasez de tortugas (esta diferencia entre islas tan
cercanas daría lugar a Darwin material suficiente para su teoría evolutiva) ,
se lograron de todas formas alcanzar la captura de otras 100. Tres días
después, uno de sus tripulantes, un tal Thomas Chappel inició un fuego que
nunca más pudo apagar. El incendio se extendió por toda la isla, consumiendo
todo a su paso. Si bien Darwin luego de varios años (1835) encontró en esa misma
isla Floreana a unas cuantas tortugas, la historia demostraría que aquel desembarco del Essex
había sentenciado a la extinción a la especie de tortugas Galápago. La
depredación y la transformación acelerada de los ecosistemas habían comenzado de manera inusitada el proceso de extinción,
proceso que culminaría con Solitario
George, la famosa tortuga Galápagos que en 2012 confirmaría el proceso iniciado
ya 192 años antes, su desaparición como especie. Es decir, las intensas e inauditas
presiones ecológicas ya habían cercado para siempre toda posibilidad de
adaptación de las tortugas Galápagos, solo era cuestión de tiempo y de lenta y
dolorosa agonía.
Es paradójico que
aquellas aventureras tortugas que eran incapaces de nadar, hayan llegado por el
azar flotando, asumiendo estoicamente y de manera inteligente su tarea evolutiva,
poblar y adaptarse a un rincón indómito como aquellas tierras volcánicas, y que
trágicamente hayan sido exterminadas por otros animales que tampoco sabían
nadar hasta allí y que llegaron también flotando pero que no poblaron ni se
adaptaron a nada, sino que consumieron casi todo.
El Essex histórico y el ficcional
sucumbieron en sus respectivos relatos; pero una historia más justa con los
acontecimientos debe dar cuenta que aquel navío sigue zarpando todos los días
hasta la fecha y con mejores y
entrenados tripulantes, algunos conscientes de su accionar y otros en su
mayoría no tanto. La única diferencia es que nadie sabe dónde está, porque está
en todos lados, y que su poder de exterminio no se compara en nada al de
antaño; su peligro es hasta digno de una
obra de la mitología griega, está poniendo nada menos en peligro de extinción a
más de la mitad de especies en el planeta.
Todos somos marineros
del Essex y algunos creen que nuestro principal desafío es matar al Chacalote,
cuando en realidad hay que hundir con nuestras propias manos esa maldita
embarcación. Esa es la verdad de este
nuevo enfoque. Ahí radica la cuestión de nuestros tiempos: Abandonarlo con
urgencia, lo cual implica inevitablemente abandonar la conquista por la supremacía
sobre la biosfera.
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