sábado, 4 de agosto de 2018

La leyenda de Ragnarok y su visión ecológica

La leyenda de Ragnarok pertenece a la cosmogonía nórdica y es una de las profecías que más se acercan al sentido de la desintegración social y que más proyectan una visión ecologista de la vida. La leyenda describe una época en la que los seres tenían ámbitos propios: los dioses ocupaban una región celestial, y los hombres vivían en la tierra debajo de la cual yacía el oscuro y helado territorio de gigantes, los enanos y los muertos. Estas regiones estaban conectadas entre sí a través de un fresno, llamado el Árbol del mundo, cuyas altas ramas llegaban al cielo, y cuyas raíces llegaban a las más hondas profundidades de la tierra. Y aunque este árbol iba siendo devorado constantemente por los animales, permanecía siempre verde, revitalizado. Los dioses, quienes habían diseñado este mundo, gobernaban en un precario estado de tranquilidad. Pero el orden mundial de estos dioses se quebró cuando éstos se descubrieron sedientos de riqueza. Torturaron a la bruja Guelveig (creadora del oro) para obligarla a que revelara sus secretos. La discordia entre los dioses y los hombres pronto se hizo presente. los primeros comenzaron a romper sus juramentos; la corrupción, la traición, la inquina y la ambición comenzaron a dominar el mundo. Con esta ruptura la unidad primigenia estaba condenada. Con la violación del equilibrio, la batalla final, donde todos los contendientes, incluido los dioses perecerían (esto significa Ragnarok). Nada habría de subsistir excepto las piedras desnudas y los océanos. A pesar de esta desintegración total, el mundo habría de resucitar, habría de ser purgado de sus tempranos males y de la corrupción que lo había destruido. 
Mucho más tarde supimos que los vikingos en sus incursiones guerreras en Europa empezaron a contaminar la sacralidad nórdica. La codicia de riqueza dividió primero a las familias. Luego las jerarquías erigidas sobre la valentía se vieron corrompidas por un sistema de privilegios basados en la posesión material. Así los clanes y las tribus se fueron separando y los juramentos entre los hombres fueron rotos al por mayor. El comercio logró que los vikingos no solo se mataran entre ellos sino que dieron inicio a la tala de aquel Árbol del mundo. 
Los nórdicos creían que primero se debía prender fuego todo este mundo para regenerarlo, que el próximo aprendería de los errores del anterior. Ya en el siglo XXI (han pasado varios años de la aparición de la leyenda en las Eddas que data de 1000 D.C) ya sin vikingos, seguimos su camino de reventar el Árbol del mundo, prendiendo fuego todo y matándonos entre sí más que nunca y como si fuera poco, adoramos a un nuevo dios, al capital. Como las tendencias destructivas y reconstructivas del mundo están demasiado distanciadas una de otras como para dar lugar a una reconciliación, las expectativas de la mitología nórdica de regenerar el mundo están más que muertas. Más que nunca este mundo solicita un mito de la adaptación al desastre, que nos ilusione con lo que nos queda de ese Árbol del mundo, para surfear las inmensas olas que nos prepara la barbarie capitalista.

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