Bolívar Echeverría invita a leer la ciudad capitalista a través
de un hipotético diálogo de las obras de Marx y Braudel. En el marco de un
inminente colapso de la civilización occidental, frente a la imposibilidad de
seguir sosteniendo la configuración que han alcanzado nuestras ciudades
capitalistas, habrá que recurrir a otros de modos de habitar los espacios y los
tiempos. Aunque a la mayoría de los
habitantes de nuestras ciudades no les guste la idea, desurbanizar no solo será
necesario, sino forzoso.
“la ciudad capitalista se basa no ya en la subordinación del
campo a la ciudad, como en el caso de la ciudad burguesa, sino en la subsunción
total de lo rural a lo urbano, en la sujeción, la explotación, la destrucción
incluso, del campo en beneficio de la ciudad. La gran ciudad es -diría Braudel-
un parásito que se constituye en la negación absoluta de lo rural.
En lugar de intento de armonizar lo rural y lo urbano que
hay en los tres tipos de ciudad esbozados anteriormente como otros tantos
intentos de diálogo entre la ciudad y el campo, en la ciudad capitalista se
refleja la tendencia a reconstruir todo el planeta bajo la forma de ciudad, de
hacer la ciudad absoluta o ciudad total y convertir al campo en mero
intersticio del espacio citadino. Se trata de la negación de las formas de vida
del campo en cuanto tal. El campo pasa a
ser en definitiva una proyección del espacio citadino, al que ha sido
totalmente subordinado sin autonomía. Sus planes de subsistencia los recibe
ahora directamente de la ciudad, ya no tiene un modo propio de organizar la
producción y el consumo sino que todas sus iniciativas son indicaciones
impuestas u obligadas por la ciudad. La gran ciudad capitalista se considera a
sí misma absoluta, necesita del campo pero sólo como un apéndice suyo. Se plantea a sí misma como capaz de improvisar
un campo artificial hechos a su medida. La ciudad burguesa dominaba ya sobre el
campo pero lo respetaba como existente por sí mismo y en el fondo impenetrable.
La gran ciudad capitalista no respeta la especificidad del campo sino que lo
tiene como entidad técnicamente sustituible que puede ser producida a partir de
las necesidades citadinas. […]
El campo ya no es una entidad que entregue a partir de su
propia necesidad determinados frutos para la ciudad, sino que ha pasado a ser
una rama industrial más, la agroindustria, una simple prolongación de la periferia industrial”.
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