El 23 de octubre de 1989, dos semanas antes de la caída del
Muro de Berlín, la revista prestigiosa Der Spiegel describía en vivo lo que
sería el colapso total del “socialismo real”. En esa descripción se puede observar
el peligro real de que el colapso civilizatorio una vez superado un umbral (en
el caso del socialismo real era su improductividad y su no salida de las reglas
de juego capitalistas) puede acelerarse catastróficamente. Y lo más peligroso,
que de darse un colapso capitalista
dicho fenómeno será global y no tendremos la ayuda de nadie como sí la tuvo el “socialismo
real” en su momento para su reconstrucción. Pensemos en los hechos reales
descriptos en este fragmento de la revista y extrapolemos el problema a la
actualidad. ¿Se imaginan un Estado en el que sin aviso y en su intento de
pilotear la nave para que no se estrelle tuviera que verse con el corte
profundo de suministros? Lo más dramático sería que no estemos preparados para
enfrentar un escenario como ese. Las posibilidades son numerosas, por eso
habría que ir pensando en aprender todo lo que más se pueda para colaborar con
otros a producir recursos para reorganizarnos cuando el momento llegue. Saber
cultivar orgánicamente, aprender oficios, aprender a cocinar de distintas
formas, aprender los valores nutritivos de los alimento así como a conservarlos; aprender sobre la
biología y la naturaleza, sobre los valores de convivencia, todos esos conocimientos
serán de vida o muerte en el futuro próximo. Aunque para muchos esto parezca una estupidez alarmista, así también les pareció a más de uno con el caso de la URSS. La caída del muro fue la antesala de lo que será la caída del capitalismo global y estamos avisados.
Aquí el fragmento de Spiegel:
“Tras casi un lustro de Perestroika, el estado del
abastecimiento en la Unión Soviética es más oscuro y amenazante que nunca
después del fin de la guerra. En algunos lugares se declaró el colapso hacia el
mediodía -también en la capital-. Allí, en áreas recientemente construidas, con
muchos infantes y niños en edad escolar, ya no alcanza la leche. Frente a góndolas
refrigeradas, amenazadoras como tanques o silenciadas por defectuosas, se
amontonan de a cientos los clientes con expectativa quejumbrosa, que esperan
que les sean aventadas sin amor un par de salchichas. En las farmacias faltan
medicamentos elementales, en los hospitales se agotan las vendas y las
jeringas. Azúcar, jabón, detergente, están racionados en casi todos lados, en grandes
áreas también faltan la manteca, la carne y el queso. En Petrovsk, Saratow, hay
azúcar solo en un negocio, los clientes pasan medio día esperando en la fila. En el territorio de Kurang en Siberia no hubo
azúcar durante un cuarto de año, luego 250 gramos para cada uno. Las botas y
los sacos de invierno, la electrónica para el entretenimiento, bienes de uso de
calidad, como muebles o alfombras desaparecieron de los negocios hace tiempo. Para
mantener tranquilos a sus trabajadores, las empresas y sus administradores firman contratos exclusivos con los proveedores estatales
y obtienen una cantidad reducida de productos, que luego se cambian por cupones
entre colegas selectos. En el mercado negro, un cupón para un televisor color
portátil corresponde a un salario mensual promedio, para amoblar una sala de
estar, diez veces eso”.
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