martes, 11 de mayo de 2021

Enrique Leff contra las teorías universalistas

 

Hay una cuestión central en el debate ecológico que tiene que ver con si realmente las contradicciones del capital en su proceso de acumulación efectivamente es progresivo para universalizar la lucha y la organización del supuesto "sujeto revolucionario" impuesto desde la teoría a la clase obrera. Sabemos que el capitalismo ha logrado globalizar el trabajo y hacer a cada asalariado un partícipe del proceso de reproducción global de la humanidad, pero está en discusión si ese fenómeno social se pueda traducir como un camino a la superación del sistema capitalista como sugiere la teoría marxista.  A decir verdad, la globalización del modo de reproducir la vida es un problema más que un camino progresivo de "unidad" humana. La modernidad capitalista supone en realidad una crisis de paradigmas que han chocado de frente con sus propias limitaciones. El problema ecológico ha venido demostrando que la diversidad en todos los sentidos es la única forma de sustentabilidad. La homogeneidad enarbolada por  la lógica del capital, así como de un sector del marxismo falopa que pretende obrerizar a todos y todas, va a contramano de las necesidades impuestas por las necesidades biosféricas. Esta forma de encarar el problema ecológico es un obstáculo, ya que pretende construir "un" programa político para toda una diversidad necesaria. Lo lógico y necesario es comprender que la hibridación, el diálogo de saberes, la cohabitación de distintas formas de visiones del mundo va a demandar distintas estrategias de intervención en la naturaleza. Y esto no quiere decir hacer una apología al relativismo, sino adecuarse a los parámetros delineados por las nuevas condiciones naturales. En ese orden de cuestiones trascendentales, Enrique Leff es uno de los pioneros en combatir las homogeneizaciones sociales: 

"La crisis ambiental de nuestro tiempo es el signo de una nueva era histórica . Esta encrucijada civilizatoria es ante todo una crisis de la racionalidad de la modernidad y remite a un problema del conocimiento. La degradación ambiental –la muerte entrópica del planeta– es resultado de las formas de conocimiento a través de las cuales la humanidad ha construido el mundo y lo ha destruido por su pretensión de unidad, de universalidad, de generalidad y de totalidad; por su objetivación y cosificación del mundo. La crisis ambiental no es pues una catástrofe ecológica que irrumpe en el desarrollo de una historia natural. Más allá de la evolución de la materia desde el mundo cósmico hacia la organización viviente, de la emergencia del lenguaje y del orden simbólico, el ser de los entes se ha “complejizado” por la re-flexión del conocimiento sobre lo real.

La complejidad ambiental no emerge simplemente de la generatividad de la physis que emana del mundo real, que se desarrolla desde la materia inerte hasta el conocimiento del mundo; no es la reflexión de la naturaleza sobre la naturaleza, de la vida sobre la vida, del conocimiento sobre el conocimiento, aún en los sentidos metafóricos de dicha reflexión que hace vibrar lo real con la fuerza del pensamiento y de la palabra. La evolución de la naturaleza genera algo radicalmente nuevo que se desprende de la naturaleza. La emergencia del lenguaje y del orden simbólico inaugura, dentro de este proceso evolutivo, una novedad indisoluble en un monismo ontológico: la diferencia entre lo real y lo simbólico –entre la naturaleza y la cultura– que funda la aventura humana: la significación de las cosas, la conciencia del mundo, el conocimiento de lo real...

La racionalidad dominante encubre la complejidad ambiental, la cual irrumpe desde su negación, desde los límites y la alienación del mundo economizado, arrastrado por un proceso incontrolable, entropizante e insustentable de producción. La crisis ambiental lleva a repensar la realidad, a entender sus vías de complejización, el enlazamiento de la complejidad del ser y del pensamiento, de la razón y la pasión, de la sensibilidad y la inteligibilidad, para desde allí abrir nuevas vías del saber y nuevos sentidos existenciales para la reconstrucción del mundo y la reapropiación de la naturaleza. Del poder represivo del conocimiento que instaura el iluminismo de la razón –que hace explotar la potencia del átomo y del gen–, la racionalidad ambiental es la luz que ilumina la libertad que emerge de la complejidad".

Aquí el artículo completo:

https://journals.openedition.org/polis/4605

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