La visión judeocristiana
del mundo ha llevado por siglos una voz coral de soberbia del hombre sobre la
naturaleza, a diferencia de otras religiones mucho más respetuosas del medio
ambiente. Este punto de vista occidental que representa al judeocristianismo
dirige la tecnología a partir de la consigna del Génesis, versículo 27:
“procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad los peces
del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se
mueve sobre la tierra”. Toda una declaración de depredación que estaba por
venir. Abel y Caín representan a la ganadería y la agricultura respectivamente,
pero también la globalización de la profecía de “henchir” toda la tierra, su
devastación.
Casi todas las consignas de nuestras izquierdas revolucionarias siguen presas de aquella profecía de que hay que darle para adelante con el desarrollo de las fuerzas productivas, como lo establece el Génesis.
Frente a los “milagros” bíblicos y el seguidismo de cierta izquierda, es mejor
quedarse con verdades poéticas como las de David Thoreau, mucho más política y coherente con los aspectos en juego:
“Este curioso mundo
en el que habitamos es más maravilloso que conveniente, más hermoso que útil,
es más para ser admirado que ser utilizado”.
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