La izquierda anticapitalista tiene el viejo vicio de creer que se la sabe todas, que con sus programas políticos pensados en otros tiempos puede acaso lograr ahora lo que no se logró en su momento. Peca de soberbia cuando se niega a incorporar en sus debates aspectos fundamentales de la realidad. Ni yo ni ningún partido podemos arrogarnos la verdad, pero sí podemos empezar a discutirla. Y lo podemos hacer porque ella, la verdad, no es otra cosa que una metáfora. La crisis ecológica, el cambio climático, el colapso de la civilización merecen estar dentro de esa "ilusión" que la sociedad se construye por instinto de supervivencia, justamente, porque sin esa incorporación pronto la desilusión será total.
El discurso marxista, como discurso científico, no está exento de la crítica Nietzscheana, más cuando aquel se repliega a la primera de cambio, cuando su subsuelo empieza a temblar.
Nietzsche en su obra Sobre verdad y mentira en sentido extramoral expone su feroz crítica al lenguaje y la verdad científica.
"El hombre nada más que
desea la verdad en un sentido limitado: ansía las consecuencias agradables de
la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento puro
y sin consecuencias e incluso hostil frente a las verdades susceptibles de efectos
perjudiciales o destructivos" [...]
¿Qué es entonces la
verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en
resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas,
extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un
prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las
verdades son ilusiones de las que se han olvidado que lo son; metáforas que se
han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado
y no son ahora ya consideradas como monedas sino como metal".
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