La revolución que se
anime a triunfar tendrá además que enfrentar a otro enemigo -no esperado por la
mayoría- quizás peor que el de clase: la reacción de la naturaleza. La vieja
URSS, ya estalinista, con la idea de lograr la independencia económica no dudó
en secar el cuarto lago más grande de la tierra (El Mar de Aral) para aumentar
la bestial producción de algodón. Este es el límite de las revoluciones, ya no
es suficiente expropiar incluso a todas las multinacionales del mundo, porque los trabajadores en el poder no harán algo
distinto en lo inmediato con las fábricas ya que continuarán con la transición y pondrán en
marcha todavía el aparato productivo. Pero si consideramos que científicamente estamos apurados de tiempo, el futuro no se puede pensar desde la creencia que algo haremos. Es inevitable y necesario que vayamos pensando como armar un programa político que contemple la necesidad a nivel mundial de cómo hablarles a las masas para que entiendan que el crecimiento ya es imposible, que es la clase que debe dirigir el decrecimiento, sin que esto signifique un pensamiento derrotista y paralizador. No ayuda en nada ese marxismo que proponga que en el futuro se verá qué hacer, negándose a dialogar ahora mismo con la --cada día mayor-- variable histórica: el colapso. Incluso el propio Marx, proyectaba desde su propio lugar histórico los presupuestos teóricos con los que se podría contar en las futuras luchas obreras. EL marxismo es también anticipación, sino se vuelve oportunismo, algo más que evidente en muchos sectores de nuestra izquierda, y que implicarían en las revoluciones venideras también un escollo para llegar a ese "algo haremos" en el triunfo.
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